Me volvería anciana tratando de enumerar todas las cosas que llamaron mi atención al llegar a Concepción. Los 96 kilómetros de distancia entre Chillán y la capital regional son suficientes para generar diferencias gigantescas y hacernos sentir desconocedores de un mundo.
Hubo algo que logró mi devoción en tanto tuvimos contacto: Las nalcas. Simples, exóticas y deliciosas. Con curiosidad miraba los carritos llenos de esos tallos verdes, porosos y gigantes. No sabía lo que eran y no me daba la mechona personalidad para preguntar.
Fue luego de un trabajo para la universidad, en Tomé, que unos amigos de la época me dieron a probar nalca con sal y merkén. Desde entonces no paré de comprar nalcas en todas las esquinas posibles.
Generalmente comemos el tallo, de hecho, es el tallo lo que se comercializa, pero las hojas de nalca tienen propiedades astringentes, alcalinizantes, febrífugas, diuréticas y hemostáticas. ¿Qué quise decir? Esta plantita milagrosa está recomendada para tratar hemorragias, reglas abundantes, diarreas, afecciones estomacales y del hígado y para bajar la fiebre. Además, sirve para la cicatrización de heridas, tratar irritación vaginal e irritación de encías o dolor de garganta.
Para consumirla se prepara una infusión con una cucharada de hojas de nalca para 1 litro de agua recién hervida. Se beben de 1 a 3 tasas al día. Para su uso externo, basta con que apliques la misma preparación en la zona afectada.
Dato sabrocito: nada más rico que una ensalada de nalca con cilantro y merkén. Corte su tallo de nalca previamente pelado en cubitos, aplique cilantro y aliñe con limón, sal, unas gotitas de aceite y merkén.
¡A comer nalca!
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